Por: Ricardo Lopez Murphy
En las columnas anteriores hemos estado señalando que los debates sobre institucionalidad y las reglas de juego electoral prácticamente han dominado la escena, en particular, con la judicialización de las candidaturas truchas y la decisión abierta y expresa de mentir de algunos candidatos sobre sus verdaderos propósitos.
Lamentablemente, ninguno de esos temas, más allá de la gravedad que tiene la mentira institucional, permitieron dilucidar las perspectivas de la política pública a futuro.
Un tema decisivo al respecto es el régimen tributario. Esta es la forma principal de intervención de los gobiernos en todos los países del mundo. El impuesto es la expresión más determinante del monopolio de la fuerza y el carácter coercitivo de la gestión del gobierno. Por eso se llaman impuestos, y no voluntarios.
El régimen impositivo, como el nivel de gasto de un economía, determinan su competitividad global. No es posible para una sociedad ignorar que esos costos establecen los niveles de gasto privado y la posibilidad, efectiva y objetiva de esa economía, de acumular recursos y expandirse productivamente.
En particular, el régimen impositivo argentino tiene gravámenes de carácter extravagante. Esto quiere decir, impuestos que no se usan en el resto del mundo, y que afectan muy gravemente la capacidad competitiva, el empleo, la reinversión, y en particular, el atractivo de Argentina como un lugar donde realizar el potencial y las posibilidades de crecimiento economico.
Entre las distorsiones más severas, la más llamativa y la más desgraciada, es la sobre imposición al factor trabajo. En ese sentido, la Argentina con un alto régimen de informalidad, o casi la mitad de empleo privado en negro, tiene cargas tributarias sobre el factor trabajo de carácter desmesurado.
La explicación más clara del problema de informalidad en nuestro mercado productivo en cuanto a la forma de lidiar con altísimos niveles de imposición, ha sido una gradual informalización de la mano de obra. La peor respuesta porque genera un costo de improductividad en la economía, al trasladarse los factores productivos de las áreas donde pagan impuestos a las áreas donde no lo pagan.
El segundo gravamen disparatado, es el impuesto a las transacciones financieras. En el mundo se fomenta el uso de las transacciones bancarias por dos finalidades. La primera es luchar contra la evasión impositiva, y la segunda enfrentar el lavado de dinero. En la Argentina al contario, se desalienta el uso del sistema bancario. Este efecto deletéreo es de una magnitud excepcional, ya que el nivel de impuestos es prácticamente la mitad del IVA, no es un gravamen trivial, sino es una distorsión de características extremas.
El tercer impuesto exagerado que tiene nuestro país, al cual hay que prestarle singular atención, es el no ajuste por inflación del impuesto a las ganancias. Esto genera que la imposición no solo abarque a la ganancia, sino también a la amortización. Esa es la forma más grotesca de desalentar el nivel de inversión y la acumulación de capitales, y por supuesto al desalentar este, se frena el empleo y el proceso tecnológico. Este concepto es extraordinariamente importante porque al mismo tiempo fomenta el endeudamiento, cuanto más endeudada está una compañía, menos impuestos inflacionario paga.
En cuarto lugar, no se puede cobrar impuesto a la renta financiera sino se introduce el impuesto por inflación. Ahora bien, si este cambio se produce, la renta financiera es en los últimos años negativa. Por lo tanto, no habría tal renta financiera a cobrar si se hace esta corrección.
El quinto impuesto brutal que tiene nuestra economía, es el gravamen sobre nuestras exportaciones. Esto genera un enorme desaliento tanto a las localidades alejadas de los puertos y los lugares de comercialización, como a las actividades tecnológicamente más avanzadas, incentivado las formas más primitivas de producción. Ese impuesto a las exportaciones además crea un aliento artificial a actividades que usan como insumo los productos del sector agropecuario.
Sin embargo, hay un impuesto más grave que estos cinco que hemos mencionado, que es la prohibición de exportaciones. Es como su hubiera una retención del 100%, aplicada a el caso de la lechería, del trigo y las carnes. Esta distorsión se está pagando en términos de que prácticamente la producción de esos tres sectores clásicos de nuestras ventajas naturales, han mermado en relación a sus niveles históricos.
Estas son algunas propuestas:
Derogar el impuesto a las transacciones financieras, convirtiéndola en un pago a cuenta del impuesto a las ganancias.
Las contribuciones sobre la mano de obra sean deducibles del IVA.
La base tributaria del impuesto a las ganancias sea ajustable por inflación.
Eliminar gradualmente los impuestos a la exportación de manera de devolverle a la Argentina un régimen tributario similar al que gozan Uruguay y Brasil.
Eliminar todo tipo de prohibición a las exportaciones o retención del 100 por 100, porque eso hace un daño estructural a la asignación productiva.
Reemplazar por un IVA provincial, el impuesto a los ingresos brutos y los impuestos a los sellos, dejando atrás gravámenes anacrónicos y yendo a un sistema tributario moderno.