Por José “Pepe” Mujica
¡Cómo se extrañan los viejos tiempos cuando entender a la sociedad y al mundo parecía un boleto! Si tenías carnet de izquierdista, entonces la tenías fácil: ¡muera el imperio, arriba el Estado, abajo la empresa privada, gloria a los sindicatos! Pero ahora la cosa está brava y los papeles se te queman cuando el imperio pone a un negro de presidente, o cuando el Estado es pesado y haragán, o cuando la empresa es Botnia o cuando el sindicato es ADEOM.
Por lo que prefiero pensar el asunto en otros términos: izquierda y derecha, hoy y aquí, se corresponden bastante con generosidad y egoísmo. No estoy diciendo que yo sea generoso sino que busco una sociedad más generosa. ¿Te parece que soy un simplificador? Yo no, porque creo que hay bastante más carne en esta manera de definir las cosas que en ponerse a discutir cuánto estatismo necesitamos o cuánto hay que darles la razón a los sindicatos.
Algunas sociedades han avanzado hacia la generosidad ampliando los espacios del Estado y apoyándose en los sindicatos: los suecos, digamos. Y otras sociedades lo han conseguido agarrando a patadas el Estado que tenían y parándoles el carro a los sindicatos, como Nueva Zelanda. Ni que hablar de la mezquindad y el privilegio, que han florecido tanto bajo banderas pardas como bajo banderas rojas.
El zurdómetro que yo uso es pragmático, no ideológico, porque sólo es sensible al dolor y a la alegría del bicho humano. ¿Es de izquierda darles la bienvenida con los brazos abiertos a las industrias multinacionales que operan con derivados de la madera? Preguntales a los miles de tipos que directa o indirectamente trabajan ahí. O preguntales a los de la impositiva que les cobran los impuestos. Y al revés: ¿es de izquierda bancar por décadas a Pluna con el verso de la soberanía, mientras otras tareas urgentes del Estado se hacían a medias por falta de plata?
Para tomar las decisiones que de verdad tienen consecuencias sobre la vida de la gente, la ideología no te sirve casi para nada. Lo que te sirve es poner a tomar las decisiones a gente inteligente y de buena fe. Y si hay que elegir, yo me quedo con los de buena fe, porque lo que hay que hacer no es demasiado misterioso y hay muchas vidrieras en el mundo en las que fijarse.
En cambio, la buena fe en los elencos de gobierno uruguayos ha sido la gran ausente durante décadas. No es que fueran burros, es que estaban ocupados en cuidar los intereses personales, familiares y de los amigos.
Y más que nada, estaban dispuestos a pasar años tranquilos en sillas calentitas, sin pelearse con ninguno de los intereses creados. Dales el gusto hoy a éstos y aquéllos, reventá los recursos y endeudate mucho; total, que se hagan cargo los que vienen después.
El Frente Amplio fue el gran disidente de este modo de encarar la política. Su gente no se había acercado a los partidos para hacer la plancha sino para cambiar el mundo.
Muchos descubrieron que la realidad era bastante más dura de pelar que lo que habían pensado, pero ahí están, mejorando las cosas cada día un poquito, tozudamente. Por eso el Frente Amplio nunca ha sido más frenteamplista que en esta etapa en que es gobierno. Porque su esencia es la honesta vocación de servicio, y es eso lo que está desplegando a roletes.