Por: José “PEPE” Mujica
No hay peor sordo que el que no quiere oír. Así que voy a gritar un poco, porque sospecho que una buena parte de los uruguayos se aburre con estos asuntos de chacareros brutos. Gritar quiere decir no tenerle miedo a las frases que pueden sonar medio apocalípticas. Así que, con permiso para exagerar, digo:
1. En los próximos años el campo uruguayo puede cambiar como casi nunca antes en su historia.
2. Esos cambios implican las promesas más cercanas de hacer crecer a golpes la riqueza del país.
3. Esos mismos cambios contienen gravísimas amenazas para el modo de vida de mucha gente y para la salud del medio ambiente.
Y créanme, no son palabras, ya empezó a pasar. Les doy un dato: hace cinco años la hectárea promedio valía 400 dólares y hoy está arriba de 2.000, un aumento de cinco veces, muy por arriba de cualquier otra cosa. Y si un bien de capital, como es la tierra, aumenta cinco veces, es porque sus dueños calculan que se puede sacar cinco veces más ganancia. La multiplicación del precio de los campos, siendo un hecho de gran tamaño, es la parte más chiquita de los cambios latentes. Lo verdaderamente explosivo es que se va insinuando una tendencia a que la agricultura en gran escala sea la forma más rentable de uso de la tierra. Más rentable no, escandalosamente más rentable, irresistiblemente más rentable. Le sacan diez veces más valor.
¿Cómo lo hacen? Hacen un guiso de mucho capital con nuevas tecnologías. Le ponen sembradoras y cosechadoras gigantescas y técnicamente maravillosas, a las que les falta hablar.
Usan información satelital y son tan inteligentes que la herramienta que trabaja contra el piso recibe información de dónde hay una piedra y levanta la patita para pasar sin lastimarse. No es verso, hace dos semanas las vi trabajar en Lavalleja entre cascotes. Van caminando, le hacen el dribling al cascote y ponen la semilla en el pedacito de tierra libre. Y a eso agregale las técnicas de siembra directa, que bajan los costos como loco. Y agregale esos prodigios de la ingeniería genética que son los transgénicos, que aportan rendimiento, estabilidad y resistencia a las enfermedades. Cada factor multiplica al otro y cuando se quiere acordar el resultado es 20 veces el de hace una década. El proceso puede ser una aplanadora y dejarnos con un Uruguay irreconocible. Si es para bien, el país será mucho más rico, los trabajadores van a estar tecnificados y muy bien pagos, el Estado cobrará impuestos a lo bobo y los lados más tristes de la vida rural, como el aislamiento, serán sólo un mal recuerdo. ¿Y si sale mal? Una transformación de esta escala, impacta para todos lados. Produce pérdida de lugares de trabajo, abandono del campo de los productores chicos, y deja en la cancha un puñado de súper empresas, la mayoría desarraigadas y operando en Uruguay como un sitio más. Sin contar las grandes interrogantes aún no despejadas sobre las consecuencias de los transgénicos y los agroquímicos masificados sobre el medio ambiente.
Por un lado el paraíso, por otro el infierno.
¿La querías fácil? No tengo.
Es complicado, contradictorio, difícil.
Pero está ahí y hay que ver qué hacemos. Lo único que por ahora tengo claro, es que no podemos permitir que agarre su propia dinámica y vaya a dar a donde sea. Hay que meter mano. Va a haber que tomar muchas decisiones y errarle lo menos posible. Lo peor que podemos hacer es transformar el tema en un campo de batalla ideológico. Si es así, va a ser una guerra de simplificaciones entre los partidarios del capitalismo salvaje y los que prefieren vivir pobres antes que nadie les toque “el paisito”. Va a haber puros revolucionarios y puros reaccionarios, pero con los lugares cambiados. Esta vez, va a haber que pensar “afuera de la cajita”, como dicen los yanquis.
Ni qué decir si la discusión se pudre por el uso politiquero.
Así que, ¡agarrate Catalina, que se nos viene encima un tremendo relajo!
Yo cumplo con avisar.
No estoy de acuerdo en que un puñado de grandes empresas sea malo para Uruguay. Siempre se piensa que una empresa grande con poder en el mercado implica altos precios, menor calidad y mucho control. Pero en la práctica no resulta así. El caso de Microsoft es el más claro, tiene el 90% del mercado de software y hace 20 años cuando apareció era una entre otras mil empresas de software en USA. Hoy en día existen 1000000 de empresas de software en USA y Microsoft no tiene competencia directa, pero si latente. Saben que bajar la calidad o subir los precios es abrir la puerta para que entre alguna de esas otras empresas que son proveedores o clientes suyos, o simplemnte competidores a la espera de sus errores.
Saludos,