Por: José “PEPE” Mujica
Alguna vez creímos que las únicas transformaciones sociales que valían la pena eran aquellas que no dejaban en pie nada del orden anterior.
Pensábamos: “borrón y cuenta nueva; los cambios que de verdad valen la pena van a empezar con nosotros”.
Le erramos fiero y hay que tener la honestidad intelectual de decirlo a los gritos: ¡LE ERRAMOS FIERO!
A mí no me importa haber tenido razón, me importa que la gente viva bien. Me importa aprender de los países que hicieron bien las cosas para sus pueblos.
Y entonces miro a Suecia y me da envidia, miro a Dinamarca y me da envidia, miro a Nueva Zelandia y me da todavía más envidia, porque es como mirar la foto de lo que pudimos ser y no somos.
¿Son mundos perfectos? No son perfectos, pero son mundos decentes.
Mundos dignos. Sigue existiendo lo mío y lo tuyo, pero hay sustantivamente una fraternidad humana y una solidaridad que vale la pena vivir.
Esos países son obra de generaciones de pacientes políticos reformistas.
Despacio, para ir aprendiendo en el camino han armado sociedades que a la vez que se hacen más prósperas se hacen más humanas…
El mundo es imperfecto y lo va a seguir siendo. ¡Pero se puede hacer tanta cosa para mejorarlo!
Hay tanto espacio para gobiernos de buena fe que estén de verdad dedicados a servir a su gente.
Todos los días, tratando de bajar la pobreza, todos los días tratando de mejorar el empleo, todos los días preguntándose cómo se pueden tener servicios públicos más eficientes y baratos. Dale que dale, hoy, mañana y pasado, siempre en la misma dirección.
Para eso, más que para ninguna otra cosa, quiero ser presidente. Para llevar al gobierno un montón de gente, honesta, idealista, testaruda y valiente, que meta y meta sin parar.
Quiero un gobierno de luchadores sociales, con la cabeza fría, el corazón caliente, y bien altas las banderas de la utopía.
Dedicados a servir, no a ser servidos.
Y en esto, no hay medias tintas. En asuntos de buena fe, sí vale la pena ser extremista.