Por: Wálter Cazenave
La sequía que afectó a la región pampeana durante la segunda mitad de la década del `30 quedó registrada en la memoria colectiva de sus habitantes, como una catástrofe natural que tuvo un impacto enorme en los asuntos económicos y sociales. La historia y la leyenda se entrecruzan, impidiendo muchas veces tener una percepción clara sobre las consecuencias de la sequía.
Con el objetivo de analizar desde varias perspectivas este problema histórico, Pampa Central organizó el ciclo de Encuentros Culturales acerca de “La sequía del `30 en la región pampeana” constituidos por una conferencia, acompañada por una exposición (fotográfica, artística o histórica) y música en vivo, que se realizan cada tercer sábado del mes hasta diciembre incluido.
Durante las conferencias, el tema se aborda desde diferentes disciplinas y enfoques, lo que permite una evaluación integral de los procesos naturales vinculados con la sequía y de su repercusión en la sociedad pampeana.
Las opiniones son diversas y muchas veces contrapuestas. Algunos sostienen que la crisis ecológica adquirió características apocalípticas, otros, con una perspectiva geológica, afirman que sólo significó una pequeña muestra de condiciones climáticas mucho más extremas registradas varios miles de años antes del presente.
Desde las ciencias sociales las ideas tampoco son coincidentes y uniformes. Hay quienes sostienen, que si bien no fue la única causa, la sequía de aquellos años tuvo un impacto muy grande en los movimientos sociales, el empobrecimiento de los productores agropecuarios y el éxodo de la población rural. Otros señalan que la mayor parte de la población rural estaba integrada por inmigrantes que, en su mayoría, habían sufrido experiencias mucho más traumáticas en sus países de origen y por lo tanto, las condiciones climáticas adversas registradas en la década del `30 no serían suficientes para generar un impacto en la sociedad de la época.
La publicación de las conferencias permite un análisis sereno y detallado sobre los temas expuestos y con todas ellas evaluar -en forma integral- los fenómenos naturales y los acontecimientos y procesos sociales de una etapa crucial en la historia de La Pampa. Asimismo, motiva a reflexionar sobre la naturaleza de las modificaciones ambientales, de su difícil predicción y de sus impactos sociales, culturales y económicos.
La primera de estas conferencias se brindó en la sede de Pampa Central (Baldomero Téllez 45) el 18 de junio del corriente año y en esa oportunidad disertó el geógrafo, historiador y periodista Walter Cazenave. Su conferencia, que se tituló Una mirada a los “años malos”, se transcribe a continuación.*
*Pampa Central
UNA MIRADA A LOS “AÑOS MALOS”
Entendemos por “años malos” a un lapso de la década de 1930, a partir de 1932 para mayor aproximación, durante el cual la sequía cobró proporciones extraordinarias en La Pampa y zonas aledañas, generando calamidades ecológicas y sociales cuyas consecuencias se sintieron por mucho tiempo. Ese suceso dejó profundamente marcada la memoria popular y repercutió posteriormente en el quehacer artístico y también en el científico.
Casi todos los protagonistas adultos han muerto pero quedó una imagen grabada en el inconsciente colectivo. Una imagen apocalíptica, o quizás más bien bíblica porque parecía cumplirse aquella frase del Libro acerca de que “Todo verdor perecerá”. Los acontecimientos ocurridos por entonces debieron ser terribles: la sequía, la ceniza del Descabezado Grande, el empobrecimiento del campo, el éxodo...
Quizás la insólita lluvia de ceniza, acaecida en 1932, obró inconscientemente, como aviso de lo que vendría en aquellos años tan afines a relacionar los fenómenos cósmicos y atmosféricos con el destino de la humanidad.
Además hubo una relación explícita y armónica con la situación política, económica y social del país en esos años, que hizo que se calificara a ese tiempo como “la década infame”.
La sequía desmesurada fue el denominador común de la época. Pero ¿qué es técnicamente una sequía? “Tiempo seco de larga duración”, dice el diccionario, pero si ajustamos más la definición podríamos aceptar que es la época en que hay insuficiencia de agua, que las lluvias -que es lo que significa “el agua” entre nosotros- están muy por debajo de lo normal.
Se acepta que la mayor parte de La Pampa se ubica en la región semiárida. Esto en una perspectiva general y que deja de lado ex profeso a los últimos años, cuando las precipitaciones fueron realmente extraordinarias. Al respecto digamos que por debajo de los 600 mm anuales se puede hablar en nuestro territorio de zonas semiáridas y más allá de los 300 mm de áridas y, en general, desérticas.
Entonces aquí tendríamos una pauta científica para acercarnos a los “años malos” ¿Fueron valores muy bajos los que se registraron por entonces?
Sí, lo fueron. De hecho la precipitación media en todo el territorio durante el año 1937 estuvo en el orden de los 300 mm, y en varias zonas por debajo de esa cantidad. El área de cobertura del desastre climático incluyó a todo el territorio pampeano y las zonas limítrofes de las provincias vecinas, aunque de ellas no tenemos elementos contundentes para evaluar este fenómeno. El notable libro Inundaciones y sequías en la llanura bonaerense.1576-2001, de Carlos Antonio Moncaut, no aporta ningún dato que haga pensar que el fenómeno afectó a algún sector de la provincia de Buenos Aires. Por esos años aparece en la obra un hiato que llama mucho la atención.
Al buscar para esta charla una forma de acercamiento al tema que fuera más allá de lo anecdótico, partí de algunos datos ya referidos el profesor Raúl Hernández, quien los había considerado en sus estudios sobre climatología regional.
El primero de ellos fue comprobar que el plural, “años”, no es del todo correcto al referirse a la sequía de aquel tiempo. De acuerdo a la estadística, la década del `30 fue una época más o menos normal en cuanto a lluvias, al menos en los lugares donde hay registro. Incluso el famoso “año de la ceniza”, 1932, está muy cercano a la media de precipitación registrada en esos años. Es cierto que la media puede ser un indicador engañoso.
Nosotros sabemos por experiencia que lo importante es que llueva en la época apropiada, pero insisto que hasta mediados de la década del `30 no parece haber grandes alteraciones.
Sin embargo, el equilibrio se rompe bruscamente en 1937. Ese año toda La Pampa está en los 400 mm y la mayoría de los pueblos apenas por encima de los 300 mm. Algunos, incluso, en los 200 mm. Lo más llamativo es que algunas de las localidades afectadas están prácticamente en la zona semihúmeda de nuestra provincia -la de mayor precipitación- y tienen en ese año registro de precipitaciones propias de un desierto. Algunos ejemplos lo constituyen las localidades de: Maisonnave (221 mm); Parera (242 mm); Quetrequén (200 mm); Sarah (239 mm); Victorica (231 mm); Hilario Lagos (215 mm); Loventué (183 mm) y, Ceballos con el bajo registro de 193 mm.
Como se ve, las cifras son elocuentes y a la falta de humedad hay que considerar los persistentes vientos del norte y sur, que deben haber completado una imagen de desolación en la estepa pampeana.
En estos registros de precipitaciones se observan tres anomalías:
Pichi Huinca con 470 mm, Quemú Quemú con 471 mm, Catriló con 426 mm y Trilí con 600 mm. Para estos valores solamente hay dos explicaciones posibles: un chaparrón afortunado (acaso probable en la línea de los tres últimos) o, más bien, una medición mal efectuada.
Esta última posibilidad no es desechable de manera alguna. Valga el ejemplo de que hace no muchos años, cuando la Administración Provincial del Agua estaba haciendo un replanteo de sus pluviómetros, se encontró con que el encargado de uno de ellos lo había trasladado desde el lugar abierto en que se encontraba (imprescindible a los efectos de un registro cabal) hasta la inmediatez de su vivienda. La causa, ingenua, fue expresada por dicho encargado: “así no me mojaba tanto al hacer la medición en los días de lluvia”.
¿Alguien puede imaginarse por un momento lo que sería la estepa pampeana con poco más de 200 mm? Realmente a la luz de ese simple ejercicio cobran verosimilitud las terribles y trágicas historias de vientos, desolación y muerte.
Al año siguiente -1938- se insinúa una composición climática de aquel desastre pero son varios los pueblos que siguen en alrededor de los 300 mm.
Y aquí debería llamar nuestra atención la formidable capacidad de resiliencia del ecosistema, para sobrevivir y para recuperarse apenas se dieron lluvias. Es tarea para la gente que hace ecología y que, supongo, de algún modo ya la está haciendo.
Dentro de las múltiples consideraciones que se han hecho al respecto cabe mencionar la que hizo el geólogo Jorge Tullio, quien sugiere que hay una cierta correspondencia entre las sequías del África y las inundaciones de América del sur, y viceversa, mediante el corrimiento del Anticiclón del Atlántico Sur en una u otra dirección. Eso nos lleva a pensar en cuál fue la causa de este fenómeno terrible. Y sobre todo: ¿podrá repetirse?
Al respecto hay una teoría de los ciclos climáticos, creo que esbozada a grandes rasgos pero sin grandes precisiones. Ella podría verse corroborada, o no, si se profundizaran algunos estudios de detalle, entre ellos los de dendrocronología en los caldenes que orillan la isohieta de 500 mm.
Este método permitió en Mendoza hacer una estimación de caudales fluviales muy acertada, con una proyección de tres siglos hacia atrás ¿Porqué no podría resultar entre nosotros como indicador de escasez de agua?
Hay también una teoría de la respuesta telúrica a la depredación antrópica, a un enorme y súbito desequilibrio causado por el ser humano que promovió una agresión contra la naturaleza mediante la erradicación del bosque y el empleo de elementos agrícolas inapropiados. No hay, tampoco, una respuesta definitiva al respecto. Las ligazones y registros que hubieran ayudado a esta idea nunca fueron muy promovidos ni cuidados, y los estudios de enfoque y raíz científica en La Pampa no son demasiado antiguos.
Pero en esta tragedia de los “años malos” hay otro aspecto, el humano, que por su intensidad merece un tratamiento aparte. Antes se habló del inconsciente colectivo, pero en el nivel conciente, las ideas y consideraciones sobre el fenómeno y los acontecimientos ocurridos, se incorporaron a la tradición y las artes, fundamentalmente a la literatura.
Todos los buenos escritores que vivieron la época dejaron testimonios estremecedores. Son páginas que, en intensidad y dramatismo, recuerdan a las que narran los avatares de otras regiones secas, fundamentalmente a Los Sertones, genialmente descriptos por Euclides Da Cunha.
Hay un libro de José Adolfo Gaillardou, que no casualmente se titula Médanos y estrellas, donde un terrible capítulo narra el espantoso drama de Alirio el chacarero, un hecho real que pasó a ser emblemático del horror de esos años. Antes de acceder a su versión literaria yo lo conocía a través del relato oral de mi madre, que había vivido esos años en la zona del hecho.
Así también, ella recordaba un caso digno de figurar entre los insólitos del Libro de los malditos, de Charles Fort: un día de tormenta, después de tantos de soplar viento de uno y otro lado, literalmente “llovió barro”. El mismo suceso también es enfocado por Enrique Stieben en su cuento “El viento grande”, que obra en su libro Hualicho Mapú. Mientras que, José Villarreal, recuerda en sus memorias Infancia en Santa Rosa la triste vida de aquellos emigrados de un campo que los expulsaba, refugiados miserablemente en los pueblos.
Y a propósito de vientos grandes: en la zona de Colonia La Pampeana, en cercanías de Monte Nievas, hay todavía un campo enlomado que modificó su morfología por los médanos formados en incesantes días de soplar y soplar.
El propietario -y no es un chiste- recordaba haber dormido con antiparras como forma de atemperar el polvillo que se filtraba por todas partes.
Finalmente, vale recordar la hermosa y dolida leyenda del Arumco, el sapito dueño del agua que alimenta los pozos, según la mitología mapuche. En las crónicas recogidas por Stieben en su libro ya citado, dicen los paisanos que aquel tiempo sin agua se debió, ni más ni menos, a la ofensa que los cristianos infirieron a la tierra, explotándola sin tasa ni la mínima consideración que se debe a quien, en definitiva, es la madre de todo lo que existe.
Disculpen, gracias.